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EN el principio crió Dios los cielos y la tierra.
493. 9. Las cosas espirituales de la Iglesia, que entran libremente y son recibidas en libertad, permanecen, más no así las que son impuestas contra la voluntad.
Lo que el hombre recibe libremente y con gusto permanece en él; porque concuerda con su voluntad, a la cual se refiere la libertad, y la cual es el receptáculo del amor; y lo qué el hombre recibe con amor recibe con completa libertad, voluntariamente. Lo que agrada al amor, agrada a la voluntad y es libertad; pero la voluntad es doble, una del hombre interior y otra del hombre exterior, por la cual el hombre puede obrar y hablar delante del mundo de cierta manera y con sus familiares de otra manera; ante el mundo un hombre insincero obra y habla por la voluntad de su hombre exterior y con sus familiares por la voluntad de su hombre interior. Guando aquí hablamos de la libertad del amor en la voluntad, entendemos la voluntad del hombre interior, y por lo que queda expuesto en artículos precedentes puede constar que la voluntad interior es el hombre mismo, puesto que el esse y la esencia de su vida está en ella, mientras que el entendimiento sólo es la forma, mediante la cual la voluntad presenta su amor visible. Todo cuanto procede del amor del hombre, es decir, todo cuanto el hombre ama y por amor quiere, es libertad; porque lo que procede del amor de su voluntad interior, procede del goce de su vida. Es también su propium, o sea su propia naturaleza, y por esta causa todo cuanto es recibido por la libertad de esta voluntad permanece, porque es añadido al propium. Lo contrario acontece con lo que se impone contra la voluntad; esto no es recibido de aquella manera, ni permanece.