Gracias a la ciencia moderna, ahora sabemos que la audición se produce en el cerebro, no en los oídos. Los oídos recogen las vibraciones del aire y las convierten en señales eléctricas que se envían al cerebro a través de los nervios; el cerebro clasifica e interpreta las señales y las transmite, con una interpretación de su significado, a la mente consciente. Por supuesto, todo esto ocurre de forma instantánea y sin que seamos conscientes de ello; simplemente oímos sonidos, voces, el lenguaje, las bocinas de los coches, los silbatos de los trenes, el canto de los grillos, lo que sea. Además, nuestro cerebro hace un trabajo maravilloso para clasificar los sonidos y asignarles un valor: Una madre primeriza que vive cerca de las vías del tren apenas oye el silbido del tren, pero se pone en alerta al instante ante el más silencioso gemido de su bebé.

Tiene sentido, pues, que "oír" en la Biblia signifique algo más que la recogida de vibraciones atmosféricas: Representa la recepción y la comprensión de nuevas ideas, especialmente las que provienen del Señor. Y en un nivel más profundo representa la obediencia, porque debemos entender para obedecer. Esto también se refleja en el lenguaje natural, en el que a menudo usamos "oír" para significar "obedecer".

Hay muchos matices más allá de eso, dependiendo del contexto: quién escucha a quién y cuál es el tema que se trata.

(Referencias: Apocalipsis Revelado 87; Arcana Coelestia 1707, 2542, 2641, 3163, 3507, 3869 [1-14], 3921 [1-2], 5017, 5477, 6852, 8361, 9311, 9398)