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ܒܪܫܝܬ ܐܝܬܘܗܝ ܗܘܐ ܡܠܬܐ ܘܗܘ ܡܠܬܐ ܐܝܬܘܗܝ ܗܘܐ ܠܘܬ ܐܠܗܐ ܘܐܠܗܐ ܐܝܬܘܗܝ ܗܘܐ ܗܘ ܡܠܬܐ ܀
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ܒܪܫܝܬ ܐܝܬܘܗܝ ܗܘܐ ܡܠܬܐ ܘܗܘ ܡܠܬܐ ܐܝܬܘܗܝ ܗܘܐ ܠܘܬ ܐܠܗܐ ܘܐܠܗܐ ܐܝܬܘܗܝ ܗܘܐ ܗܘ ܡܠܬܐ ܀
Por Brian David (Traducido por computadora al Español)
El Señor es, en su esencia, un amor perfecto, infinito y divino, un amor tan poderoso que hizo posible la creación no sólo del universo, sino de la propia realidad. Sin embargo, para actuar y tener presencia, ese amor tenía que expresarse. Esa expresión fue en forma de lo que los Escritos llaman "verdad divina", que en la Biblia se llama "la Palabra".
Esa idea -de que el amor necesita la verdad para expresarse- no es una idea corriente. Pero imagina que estás en una tienda y, de repente, inesperadamente, ves a un querido amigo. Inmediatamente sientes una oleada de afecto, de alegría por ver a esa persona y anticiparte a hablar con ella. ¿Y qué ocurre entonces? Tu mente empieza a generar información, diciéndole a tu cara que sonría, a tu mano que salude, a tu voz que llame. Ese amor que sientes genera instantáneamente ideas de cómo expresarse, genera información que pone ese amor en forma.
Eso es parecido a la relación entre el amor divino del Señor y su verdad divina; su amor infinito genera instantáneamente la verdad infinita para darse forma, para que pueda ser compartida y sentida, para que pueda crear. Esa verdad, pues, existe desde que existe el amor, que es desde la eternidad y hasta la eternidad. Así era "en el principio". Y estaba "con Dios", lo que significa que estaba unido a las cosas buenas que el Señor deseaba para su creación. Y "era Dios", tan intrínseco a Su ser como el amor que expresaba.