El Cielo y el Infierno #512

Por Emanuel Swedenborg

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Capítulo 53 (EL MUNDO DE LOS ESPÍRITUS): El tercer estado del hombre después de la muerte: estado de instrucción para aquellos que entran al Cielo

512. El tercer estado del hombre o de su espíritu después de la muerte es el estado de instrucción; este estado es para aquellos que van al cielo siendo hechos ángeles, pero no para aquellos que van al infierno, puesto que estos no pueden ser instruidos, por lo cual su segundo estado es también su tercero, terminando con volverse directamente ellos a su amor, por consiguiente a la sociedad infernal que se halla en igual amor. Hecho esto, quieren y piensan sólo por este amor, y por ser este amor infernal no quieren más que el mal y no piensan más que lo falso; estas cosas son su gozo, puesto que son de su amor, y en su consecuencia rechazan todo bien y toda verdad, que antes habían admitido, por haber servido a su amor como medios. Pero los buenos son conducidos desde el segundo estado al tercer estado, que es su estado de preparación para el cielo mediante instrucción. Nadie puede ser preparado para el cielo, sino mediante conocimientos del bien y de la verdad, por consiguiente sólo mediante instrucción, porque nadie puede conocer lo que es el bien y la verdad espiritual, y lo que es el mal y la falsedad, que son opuestos a los primeros, a menos de ser instruido. Lo que es el bien y la verdad civil y moral, lo cual se llama rectitud y sinceridad, puede saberse en el mundo, puesto que allí hay leyes civiles que enseñan lo que es rectitud, y también existen tratos en los cuales el hombre aprende a vivir conforme a las leyes morales, las cuales todas se refieren a lo sincero y a lo recto. Pero el bien y la verdad espirituales no se aprenden del mundo, sino del cielo. Bien pueden saberse por las Escrituras y por la doctrina de la iglesia sacadas de la Escritura, pero no obstante no pueden influir en la vida si el hombre con respecto a sus cosas interiores, que son de la mente, no se halla en el cielo, y el hombre se halla en el cielo cuando reconoce lo Divino y asimismo obra con rectitud y sinceridad, por tener el deber de obrar así puesto que lo exige el Verbo; vive por consiguiente en rectitud y sinceridad a causa de lo Divino, y no a causa de sí mismo y del mundo, como fines. Nadie puede obrar de esta manera sin embargo, a menos de haber sido anteriormente instruido, acerca de que hay un Dios, un cielo y un infierno, que hay una vida después de la muerte, que se debe amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismo; y que se debe creer lo que dice el Verbo, por ser el Verbo Divino. Sin conocimiento de estas cosas y reconocimiento de ellas el hombre no puede pensar espiritualmente, y sin pensar en ellas no las puede querer, porque el hombre no puede pensar en las cosas que ignora, y aquellas en que no piensa, no puede quererlas. Cuando, por lo tanto, el hombre quiere las cosas antes referidas, entonces influye el cielo, es decir, el Señor mediante el cielo, en la vida del hombre, porque influye en la voluntad y, mediante esta, en el pensamiento, y por conducto de ambos en la vida, porque toda la vida del hombre se viene de allí. De ahí resulta claro que el bien y la verdad espiritual no vienen del mundo, sino del cielo, y que nadie puede ser preparado para el cielo, sino mediante instrucción. También es el caso que el Señor, en la medida que influye en el hombre, en esta medida le instruye, porque en esta medida despierta en la voluntad el deseo de conocer las verdades, y en la misma medida, ilumina el pensamiento al efecto de poder conocerlas y en la medida que esto acontece, se abren las cosas interiores del hombre, y se implanta en ellas el cielo, y además influye en la misma medida lo Divino y lo celestial en las cosas sinceras que pertenecen a la vida moral y en las rectas que pertenecen a la vida civil en el hombre, volviéndolas espirituales; puesto que el hombre entonces las hace por virtud de lo Divino, haciéndolas a causa de lo Divino. Las cosas sinceras y rectas que pertenecen a la vida moral y civil, las cuales de este origen se hacen por el hombre, son los efectos mismos de la vida espiritual y un efecto deriva su todo de su causa eficiente, porque cual esta es, tal es también aquel.

  
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